Desde niña siempre quise una cámara de fotos y unas agujas de punto, pero me costo años conseguir las dos cosas. No fue hasta el instituto que mi madre me regaló una cámara compacta y mis abuelas me enseñaron ganchillo y punto. Recuerdo ir con ambas cosas a todos lados: a las excursiones, a mis salidas con amigos…
Cuando acabé el bachillerato en mi cabeza no había otra idea que estudiar una ingeniería porque sacaba buenas notas, me encantaban las mates y porque cualquiera de mis dos grandes pasiones eran simplemente hobbies para mis padres.
Por mi pasión a la fotografía y al vídeo me lancé a estudiar Telecomunicaciones y a especializarme en sonido e imagen. Allí, en la universidad, fue la primera vez que cogí una cámara réflex de la asociación de fotografía. Era una Leica totalmente manual y de carrete… ¡lo flipé! En cuanto ahorré un poco, me compré la mía propia y unos años después, con mi primera paga, ¡llegó mi primera cámara réflex digital!
Desde entonces, amo crear recuerdos con mi cámara. Adoro mi trabajo, me permite explorar mis sentimientos, los de otros y plasmar con fotos reales cosas que solo imagino en mi cabeza.
Hay muchas cosas que han cambiado en mi vida: ya no vivo con mis padres, me casé, tengo dos hijos pero sigo llevando siempre la cámara a mano (la del móvil) y mi aguja de punto. También me gustan otro tipo de manualidades como la cerámica, pintar, coser, reparar muebles antiguos… que ahora aprovecho para crear atrezo para mis sesiones.
¿Qué más? Siempre que puedo ando descalza, me encanta sentir el suelo, ya sea la fría plaqueta o la madera caliente, sentir la hierba o la arena de la playa. Odio las bebidas dulces y adoro el campo cuando huele a mojado y cuando no, también.